El viaje en ferrocarril junto a mi abuelo años 80s

El viaje en ferrocarril junto a mi abuelo años 80s

Era diciembre en 1984, un domingo por la mañana y mis padres me levantaron como a eso de las seis de la mañana. Recuerdo que llegamos a la casa de mis abuelos y sol aún no aparecía en el cielo. Entramos a la casa y mi abuela en la mesa preparaba unos bolillos de huevo con chorizo mientras mi abuelo revisaba la camioneta de aceite y agua con una guayabera blanca.

Cuando todos estábamos listos partimos en la calle de Matamoros cerca de la plaza de toros de Matehuala, rumbo a la estación del tren que se encontraba en Flores Magón lugar donde ahora patinan los jóvenes. Mi tío subió un colchón a la parte trasera de la camioneta y llevó a la familia completa a la esquina de flores Magón para esperar el tren.

El sol había salido y de pronto a lo lejos se escuchaba como si se acercaran 1000 caballos a gran velocidad mientras nubes de humo invadían el cielo. Yo desde la banqueta donde ahora está la cantina el Barón Rojo veía como se aproximaba el tren cada vez más cerca.

La bestia estaba frente a mí

Nunca me habían llevado a ese lugar con ese monstruo y ahora lo veía detenido frente a mí mientras su máquina prendida rugía tan fuerte y me estremecía por dentro. Mi abuelo me tomo de los brazos y me acerco para atravesar la banqueta y yo veía una enorme maquinota que no paraba de vibrar.

Mi tío nos dejó ahí y partió con la camioneta rumbo a Vanegas para esperarnos allá mientras nosotros abordamos el tren y nos sentamos en unos asientos con tela aterciopelada que abrigaban un poco el frío de la mañana. No sé la hora en que el tren partió, pero recuerdo que mi abuelo iba sentado junto a mí y me agarraba de los hombros y me sonreía.

Es el recuerdo más preciado que tengo de mi abuelito por qué viajamos y mientras avanzábamos me platicaba de todos esos animales que había en el desierto y mientras la  imaginación volaba con las sabias palabras de mi viejo.

No sé cuánto tiempo viajamos, pero recuerdo que llegamos a Vanegas y cuando llegamos mi tío ya estaba esperando. Recuerdo haber bajado del tren sentir que todo me vibraba por dentro con una especie de sordera que me aturdía. Cuando bajamos del tren yo quería seguir caminando en esa bestia que corría a gran velocidad y que no se detenía ante nada.

En la estación de Vanegas pudimos almorzar unas ricas gorditas hechas a mano y mi abuelo me dio un refresco bimbo de aquella época. Esto es un recuerdo de un domingo con mi familia que jamás olvidaré y esos momentos siguen presentes en mi mente como si fuera ayer.